miércoles, 13 de mayo de 2009

Reseña crítica

Libro
"La Amortajada"
María Luisa Bombal

En la construcción escritural de María Luisa Bombal sobresalen tanto aspectos formales como temáticos, conformando una interrelación que pone la estructura, quiebres y vértigos narrativos en función de la conformación de los personajes en una complicada malla de interrelaciones. Es así que en La amortajada es posible detectar, al menos, tres aspectos fundamentales: la construcción de la protagonista en relación a los otros personajes que la definen en su personalidad; el uso de inmersiones narrativas que se alejan de la linealidad y la constatación de que el rol de la mujer se determina en función a la figura masculina, que no sólo se transforma en centro y motivación, sino que también dictamina los posibles modos de ser para la mujer: madre, santa, loca, bruja.

El lector, desde la primera página asiste al velorio de Ana María, quien es visitada por aquellos que construyen su pasado: sus familiares y conocidos. Con cada visita se le da a conocer al lector distintas facetas del protagonista, presentado tantas Anas Marías como relaciones. No hay una única Ana María estable e inmutable durante la narración: ella cambia con el tiempo y el espacio, carece de una esencia de la defina o determine, no sufre de aquella dicotomía entre esencia y accidente. Es en cada una de las relaciones se expone un pedazo, un trozo, de Ana María, pero no como piezas de un rompecabezas, sino como un conjunto de fotografías de un mismo objeto o paisaje, pero desde distintos ángulos y en distintos tiempos: si se quisiese re-armar la figura con pegamento, no se podría, muchos ángulos no encajarían, los colores no se mantendrían, pero para un lector competente es posible reconstruir a Ana María en cada situación y en cada relación.

Para poder exponer las distintas facetas de la protagonista, el narrador se sitúa en lo que sería la memoria de Ana María, realizando un ejercicio introspectivo cada vez que alguien se le acerca: en la linealidad de la narración se producen exploraciones indagatorias en el pasado y, mientras "el día quema horas, minutos, segundos", el tiempo psicológico se expande vertiginosamente, situando al lector, en menos de una línea, en un pasado poco claro, que se va reconstruyendo conforme avanza la narración. La memoria funciona así como una compañera de viaje: "Alguien, algo, la toma de la mano. –‘Vamos, vamos…’ –‘¿Adónde?’ –‘Vamos’. Y va." Y de este modo, cada minuto o segundo lineal, se transforma en años, lapsos, del pasado de Ana María. No hay un respeto por la medición cronológica del tiempo, lo que importa aquí es la importancia que se le ha dado a cada momento. Es importante señalar que este mecanismo narrativo se asemeja mucho a un flashback: la protagonista se sitúa en el lugar de la cámara y en el lugar de los hechos narrados al mismo tiempo. En otras palabras, engaña al lector de modo magistral para situarlo en su juego onírico, capturando la confianza en el todo usado para narrar: el carácter intimista a modo de reflexión y no de confesión hace que el texto se torne verosímil a pesar de sus quiebres temporales.

Finalmente, se puede señalar que todo lo mencionado anteriormente delata la condición de la mujer: debe configurarse en torno a una figura masculina. Cuando Ana María reflexiona con respecto a la relación con su marido, se pregunta: "¿Por qué, por qué la naturaleza ha de ser tal que tenga que ser siempre un hombre el eje de su vida?". Si se observa con detención, son los hombres los que más influyen en la vida de Ana María: Ricardo, Fernando, Antonio, sus hijos, su padre y el padre Carlos, determinan una senda por la cual Ana María transita durante toda su existencia. En la novela, los personajes femeninos se caracterizan por sus ausencias (su madre, su hija, María Griselda) y es desde ese vacío que efectúan su accionar, instalando más inmovilidad que desplazamiento, a diferencia de los personajes masculinos. El transitar de Ana María deja su huella en el cuerpo, sus relaciones dejan marcas en su piel a modo de escritura, de llaga y de herida (aborto, partos, arrugas). Y estas marcas son todas en relación a dictámenes masculinos que se imponen desde afuera, predeterminando los modos de actuar de la mujer, señalando qué se debe desear y qué no (aquello del paraíso), quién se debe desear y quién no, despojando a la mujer de una autoexploración que le permita constituir su personalidad desde sí misma y para sí misma.

De lo anterior se puede recalcar el carácter vanguardista y adelantado a su época. Sus textos aun tienen eco ya que se instala desde una posición ambigua, que permite la exploración constante en distintos territorios que se configuran en relación al lector. Para esto ayuda el carácter onírico y surrealista, logrando que la lectura y la interpretación se sitúen no sólo en la metáfora, sino que también en el ejercicio metonímico. Es importante destacar que los temas que toca, a pesar de los casi 70 años de distancia, no han sido agotados ya que exploran de un modo no limitado en la condición humana y en la angustia de la existencia.
David Alejandro Mora Roche

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